Magallanes o lecciones de cómo SÍ hacer una película sobre violencia sexual
"¿Quién es capaz de dañar a una niña de 14 años? Al final nada de eso va a importar. Tomarte es parte del botín".
Hace un tiempo comenté “Atacada”, una película que abordó -con profundo desconocimiento- la problemática de la violencia sexual en el Perú. Como es preciso no ser mezquinos, bajo ese mismo criterio (el de cómo se construye la narrativa en las películas que tienen como foco la violencia sexual) me referiré a Magallanes.
La película trata sobre violencia, sin ser una película en esencia violenta. Es la historia de un grupo de hombres que violaron a miles de mujeres. Miles. Hombres ricos, no tan ricos y pobres. Desde el soldado hasta el coronel. Hombres que se internaron en distintos lugares del país so pretexto de luchar contra el terrorismo, pero terminaron confundiendo al enemigo y mutilando (no solo de forma simbólica) a todos/as aquellos/as que no entendían.
Magallanes tiene como eje la historia de Celina (Magaly Solier). El filme está basado en La Pasajera (2015), de Alonso Cueto, relato que tiene similitud temática con "La hora azul" (2005), fascinante novela sobre un hombre que recorre los pasos de su padre, un oficial de la marina muerto, obseso con una mujer ayacuchana a la que dañó de todas las formas que los hombres han podido dañar a las mujeres –no solo ayacuchanas– durante el conflicto armado interno.
La historia resumida es ésta: Magallanes (Damián Alcázar) es un taxista que antes fue militar. Celina es una mujer de Huanta, Ayacucho, que un día toma el taxi. Ella no lo reconoce, pero él sí. A partir de este encuentro la trama adquiere complejidad y el espectador asiste a la fragmentación de los personajes. Seres matizados, rotos, muchos de ellos irreflexivos. Que no busca reivindicarse porque ni siquiera reconocen haber fallado. Excepto Magallanes. Él sí quiere conseguir algún tipo de redención.
La desfiguración general que produjo el conflicto armado interno se hace evidente en el filme. Sin embargo, se configuran niveles de perjuicio. El coronel, un hombre blanco, rico y poderoso, sufre de demencia senil. Tiene la fortuna de no recordar sus crímenes. Puede vivir sin conciencia. El coronel refleja al Perú, un país conforme con el olvido.
Milton (Bruno Odar), es un personaje que añora la guerra. Tiene la sensibilidad bloqueada y carece de empatía. Lo que muchos de los soldados perdieron, y Milton lo demuestra, fue la capacidad de sentir. La compasión. La ternura. Quedan convertidos en soldados funcionales para la guerra, pero no para la sociedad. Hombres que necesitan ejercer violencia. ¿Cómo eran de niños? ¿Son buenos padres? ¿Enlistarse fue una opción para ellos? ¿Si hubieran tenido la posibilidad de ir a la universidad en lugar de a la guerra, habrían elegido lo primero? No logro atajar estas preguntas. No consigo imaginar a un militar antes del conflicto armado interno. ¿Les anulan el criterio? ¿Les obligan a desprenderse de su conciencia? ¿Es eso posible? ¿O acaso todos/as somos potenciales verdugos?
Celina, en cambio, fue forzada a perder mucho más. Perdió su virginidad (y con ella el poder sobre su cuerpo) a la fuerza, fue recluida y esclavizada sexualmente durante un año y no tiene posibilidad de olvidar. Ha guardado el pasado debajo de la cama, y cada tanto este regresa a recordarle que el dolor nunca prescribe, que siempre es muy poco. Ella no fue parte de ningún bando. Ni de Sendero Luminoso, ni del Ejército. Nació en una ciudad a la que un grupo de terroristas quiso destruir, mientras quienes debían frenarlos les ayudaron a lograr el cometido.
Al inicio de la película, cuando Celina toma el taxi de Magallanes, este la traslada a un centro de autoayuda, donde un grupo de personas reunidas y dirigidas por un argentino de ropa elegante y discurso panfletario, repiten con devoción: “Yo puedo”.
“No puedo”, dice Celina. Y no puede. En serio no puede. El argentino le dice que sí, que claro que puede. Él, que no sabe nada de la mujer que tiene al frente, le vende el discurso barato de que todos y todas somos emprendedores, pero que no nos hemos dado cuenta. Ese discurso peligroso que camufla la idea de que ser pobre y sufrir es una decisión. Quiere que se trague la ficción que construye los lineamientos de un país incapaz de buscar a sus muertos ni de reparar a las mujeres violadas. Que no les pide perdón, ni les brinda justicia. Pero les dice que sí pueden, que claro que pueden. Que olviden.
AQUÍ NADIE TE ESTÁ PERSIGUIENDO POR ESO, MAGALLANES
Ser violada. Un hombre no teme ser violado. No así. Un día llegan los militares y de pronto tu cuerpo es también suyo. Te violan una vez y lo harán nuevamente. Ruega no parecerles hermosa. Golpea tu rostro para que nadie te desee. No vayas a pastar. No permitas que tus padres se vayan a la estancia y te dejen sola en casa. Reniega de tu sexo. ¿Quién es capaz de dañar a una niña de 14 años? Al final nada de eso va a importar. Tomarte es parte del botín.
"Ustedes no entienden” –dice Celina en quechua casi al final de la película– “el dinero, el maldito dinero no compra la vida ni la dignidad, ¿no entienden? Malditos. No me importa lo que digas tú o lo que dice él, no entienden lo mucho que sufrí cuando me quitaron la libertad y la inocencia. Cuando pude escapar y fui donde mi familia, ésta ya no existía, habían matado a todos en el pueblo".
Magallanes habla. Él también violó y es consciente que su libertad significa, principalmente, impunidad. Le confiesa a la policía que es culpable. "Aquí nadie te está persiguiendo por eso, Magallanes", le responden. Si trasladamos esta respuesta a la realidad, es cierto. El Consejo de Reparaciones, a través del Registro Único de Víctimas, reporta que existen 4061 casos de víctimas de violación sexual, 1420 casos de víctimas que sufrieron otras formas de violencia sexual y ni una sola persona encarcelada por estos crímenes de lesa humanidad.
Salvador del Solar ha logrado dotar de belleza un relato duro, desgarrador. Magallanes es plural, porque no es un solo militar que violó. Magallanes son los incontables hombres que disfrutan su libertad. Que están sentados al lado de sus familias fingiendo que nada pasó. Que pueden salir a pasear con sus nietos, o, en el mejor de los casos, tienen demencia senil.
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Comparto el testimonio de 'Milagros', mujer víctima de violaciones masivas durante el conflicto armado interno cuya experiencia fue documentada por la psicóloga Paula Escribens en el libro "Milagros y la violencia del conflicto armado interno".