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Dibujo a mano por Hugo poemape

Carta Abierta

Bisexualidad y maternidad 

Algunos apuntes personales

Sisa 

Publicado: 2020-05-10


Ayer vi The Half of it y lloré descontroladamente. Y después de esas primeras olas que te dejan sin respiración y donde sientes que se te contraen los músculo de maneras que ni si quiera sabías que podían, me reí. Deconstruir el clóset es un proceso y a veces te atrapa en los momentos más inesperados. Es una historia de amor propio. Pensé en la que intenté ser este año. A veces es difícil reconocerlo pero aún vivo con miedo. Soy una mujer bisexual de veintisiete años y sentirme atraída por hombres desata un mecanismo de defensa complejo de entender. Por ejemplo, este año decidí insertarme un implante hormonal. Me estoy comprando tres años más de inmunidad al embarazo. Y me sentí gloriosa. En mi experiencia personal, entendiendo que todas las personas que decidimos utilizar métodos anticonceptivos tenemos diferentes maneras de relacionarnos con la corporalidad, la posibilidad de tener un dispositivo que percibir físicamente es de mucha ayuda para calmar mi pánico ante la idea de los retrazos. Esa profunda manera de sumergirse en el terror ante la posibilidad del embarazo, a pesar de los hechos racionales presentados al frente, a pesar de nuestras acertadas decisiones, a pesar de las palabras consoladoras y los abrazos. Esa sensación que algo en tu núcleo se quiebra son los efectos del trauma apoderándose del cuerpo. Ese elemento al que puedo acceder a mi capricho, que me recuerda a los cyborgs de la Haraway y la agencia sobre el cuerpo que me dan las hormonas, que me protegerá de concebir. Ese elemento que no representa la decisión estética más acertada en ojos de varios y les hace sentir extrañados por la textura. Es una decisión que resignifico activamente para no concentrarme demasiado en los efectos secundarios, en el aspecto estético también, y agradecerme a mí misma —como si fuera mi propia amante— la decisión que tomé para mi bienestar. Pero sería poco acertado no reconocer que fue un impulso, fue instinto de sobrevivencia, fue autodefensa ante la potencial irresponsabilidad de otros. Porque mi cuerpo pagaría desproporcionadamente más caro “un error de ambos”.

No tengo decisiones definitivas tomadas en relación a la maternidad y tengo que convivir con la idea que, especialmente en mi caso, esto de “tener más opciones” lo vuelve cualquier cosa menos más fácil. Me compré tres años más de patear hacia el futuro cualquier posibilidad de procrear porque me aterra la idea. Siento que muchas veces tuve que asumir activamente un discurso anti-maternal para protegerme de la feminidad tóxica de las sociedades conservadoras. Porque nunca encajé demasiado bien en roles y sentimientos al que otras les era muy fácil e hiper celebrado. Dentro de esa matriz fue la tarea de muchas y muchos, en base a dicha evidencia sobre “mis limitaciones en la feminidad tradicional”, expresar su cizañosa opinión y hacerme sentir con una daga que es impensable que alguien como yo desee ser madre. Me aterra pensar en toda la heterosexualidad compulsiva con la que me van a acribillar las madres más Madronas de Latinoamérica. Porque, hay que reconocerlo, Latinoamérica va a ser toda feminista pero todavía no lo es. Y en el proceso, hacemos lo mejor que podemos. Me cuestiono si podré disfrutar el proceso corporal del embarazo, o si quiera llevarlo a término. Mi piel se eriza al pensarlo. Y no creo que sea “ese miedo que es normal en todas, pero que al final vale la pena”. Pienso en lo caro que me va a salir si se me ocurre ser madre junto a una mujer. Y en la inseguridad que enfrentaría como apoderada si decido hacerlo en una sociedad sin protecciones legales. Pienso en la cantidad de trabajo emocional y doméstico desproporcial que voy a tener que cargar a mis espaldas si lo hago con un hombre. Pienso en si se quedará a aguantar mis reclamos por igualdad en el núcleo más inflamable de la inestabilidad emocional, la familia. Pienso en cómo vendría la heterosexualidad tóxica a negar compulsivamente quién soy empleando el producto de la reproducción como “evidencia”. Pienso si he logrado suficientes cosas para mí misma. Pienso en cómo impactaría esa pausa a mis logros. Casi puedo predecir el tipo de comentarios, actitudes y crueldad que tendrían “con buena intención” las auto-coronadas reinas de la maternidad: las heterosexuales. Pienso en el embarazo de segunda categoría que viviría con una mujer como mi pareja. Pienso en si adoptaría. Pienso en si alquilaría un vientre. Pienso en qué pasaría si quisiera tenerlo con un hombre de pareja pero no quiero parirlo. ¿Me aguantaría esa?

No sé cómo se tiene un hijo y se sigue siendo bisexual. Me duele decirlo porque no estoy sugiriendo que la maternidad invisibiliza la orientación sexual, pero me atemoriza que haga el permanente proceso de salir del clóset más pesado y las consecuencias más aterradoras. Además, de la evolución de uno de los efectos más frustrantes de salir del clóset bisexual: la hipersexualización. ¿Cómo se es madre siendo la promiscuidad encarnada en sociedades católicas? ¿Cómo se combate el “piensan en lo que le vas a hacer a tus hijos”? Que ya pensaba tenerlo superado habiendo superado el “piensa en lo que le vas a hacer a tu familia” por salir del clóset, pero aparentemente este es un nuevo nivel. ¿Cuánto me juzgarán si decido no ser madre y me calificarán con etiquetas que no me identifican contra mi voluntad? Nuevamente, con el simplista argumento que la falta de procreación es evidencia que “en realidad soy lesbiana y no lo acepto”. Cuando me preguntan si quiero tener hijos, obviamente con más frecuencia que a mi hermano, ahora respondo que por ahora la decisión es que no durante lo que queda de mis veintes y la siguiente década reevaluaré la situación. No es un no. No es un sí. Y no es un quizás. Es un no lo sé. Pienso en mi edad y las palabras gestante geriátrica y estadísticas que “muy objetivamente” todos los hombres médicos de mi familia tenían para contribuir a la conversación y me enferman. Ahora ya todos tienen hijos, obviamente. Y yo aquí escribiendo párrafos interminables sobre mis idas y vueltas.

Y después del caos pienso en la niña que fui hace algunos años. La que fantaseó tantos días en silencio, asustada, protegida por cuatro paredes y ahogada en culpa, que escribió un cuento sobre un romance de dos chicas en la secundaria. Como después de haber escrito casi un cuaderno entero sintió pánico incontrolable por deshacerse de la evidencia de la diferencia. Y así fue. La niña que miraba pecaminosamente The L Word, a escondidas. A la que llamaron “perra fría” por no tener un novio sino hasta el último año de la secundaria. Pienso en los días de frustración por no encontrar lenguajes apropiados para canalizar las agonías adolescentes. Pienso en que quizás toda mi timidez fue instinto de sobreviviencia por saber que, aún cuando no encontraba las palabras adecuadas, tendría siempre que vivir con y en mi diferencia. Esa dualidad que deja tanta intranquilidad como la ambigüedad de todo lo que está frenado en estos momentos. La sensación más hermosa que me dejó la película fue una de amor propio. Es difícil concentrarse en una misma cuando hay presión por compensar por todo lo que uno no es o es “de otra forma”, de “forma alternativa”. Si pudiera decirle algo a la niña que fui hace algunos años sería no hay nada que compensar, eres un crisol y quienes no lo ven, necesitan una sombra de ti. Sé quien necesites ser. Durante estos tiempos soy mi propia esposa, madre, hermana y jefa la mayoría de los días; aprendí lecciones de cuidado de las mejores mentoras, pero también de sagacidad y tenacidad. Llevo más de un mes involuntariamente atascada en un país extranjero. Esta es mi pasantía en individualidad.


Escrito por

Sisa

Socióloga, entusiasta de la música y coleccionista de libros que huelen rico.


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