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Gabriela wiener por alejandra devescovi

La mujer que se expone

Dicen de mí

Vero Ferrari

Publicado: 2017-08-29

La exploración hacia dentro de una misma es un ejercicio que las mujeres han hecho históricamente a través de la introspección de sus vidas en sociedades profundamente patriarcales, en donde su voz no era permitida ni valorada ni legitimada. Así, la autoexploración, para muchas, se convirtió en una forma de sobrevivir, desde diarios íntimos en donde se exponía la más rica vida interior cercada por los anclajes sociales, pasando por tertulias de solo mujeres en donde por fin ser medianamente libres (y lesbianas), hasta cartas a las amigas compartiendo las penas y las alegrías desde un sentir específico construido como femenino.  

Estos ejercicios espirituales no fueron considerados literatura hasta que las mujeres mismas los rescataron de los cajones de las bisabuelas y los publicaron. Estas publicaciones no se enmarcaban en el canon literario masculino “objetivo” y “neutral” como se considera la literatura hasta estos días, por lo que fueron colocados en los márgenes de la emocionalidad, el cuerpo y el histrionismo, temas “favoritos” de las mujeres.

Pero es literatura, y de la más potente, porque nos abre los ojos a otras vidas, a esas que son interpeladas continuamente por la opresión, y nos dan miradas del otro imposibles de asimilar en la pretensión masculina. La literatura está para abrirnos los ojos y las mujeres, a través de los siglos, lo han hecho muy bien.

El ejercicio espiritual de Gabriela Wiener en Dicen de mí recoge ese legado de las mujeres que decidieron alzar la voz y contar sus propias historias para que nadie se las cuente a ellas, para que nadie pretenda construir una identidad ajena a la que nosotras mismas vivimos. En esta interpelación constante frente a la mirada del otro, de ese otro que pretende saber cosas de una, está no solo la curiosidad de conocer y reconocer estas miradas, sino, sobre la base de ellas, reconstruirnos a nosotras mismas con el fin de sobrepasarlas. Esas miradas no son unas cadenas, son un camino sinuoso de algo mejor que viene en un futuro, algo que no está dicho y por lo tanto, tampoco está escrito.

portada

De la colección de entrevistas que nos presenta en su libro (la que tiene con su hermana siempre me hará llorar), me quedo con una que, como feminista, me despierta las mayores reflexiones: la que le hace a su agresor.

Reconocer la violencia machista que vivimos desde que nacemos no es fácil, suele ser más fácil reconocer la violencia racista o la de clase, aprendemos a diferenciarnos de la gente por nuestros colores y por nuestras miserias, pero lo otro, el “pecado original”, el ser mujer, ese por el que somos castigadas desde tiempos inmemoriales, siempre es ambivalente, le damos veinte vueltas antes de creer que es violencia, y esas veinte vueltas pueden darse continuamente en un día o en veinte años.

Y es sobre eso que nos cuenta Gabriela en “Una entrevista imposible”, la incapacidad que tenemos algunos para reconocer la violencia de género como lo que es: violencia de género, y sobre este reconocimiento, abrir la posibilidad de restaurar y mejorar nuestras vidas. Esa incapacidad que cuando viene de una mujer, es lo más cercano a la muerte que vivirá, y cuando proviene del agresor, es la constatación ineludible de que la masculinidad es una coraza que se llena de cinismo, inmadurez y estupidez con el tiempo. La diferencia incluso de nuestras incapacidades nos coloca en un abismo mortal a las mujeres.

Es sobre esta masculinidad que muchos hombres creen que al llegar a la vida de una mujer, esta recién empieza a vivir, y empieza a hacerlo según sus reglas, sus condiciones, sus miradas. Esta necesidad de construirnos a su semejanza hace que luego, frente a la imposibilidad de tal proyecto, su masculinidad se sienta atacada, vulnerable y en peligro, reaccionando con violencia.

“No sería la primera ni la última vez que un hombre que decía amar mi libertad, mi lado salvaje, mis crímenes perfectos, mi encantador temor, comenzaba a comportarse como si odiara todo lo anterior. Ya no era la hija del fuego, era el fuego mismo que los abrasaba. El mundo está lleno de cazadores de bichos que te clavarán un alfiler en una hoja, de individuos a los que les gusta atraer mujeres ingobernables con la actitud soporífera de un coleccionista filatélico”.

Estos hombres, que basan su masculinidad en cuánto una mujer da su brazo a torcer por ellos, creyendo que de esa forma construyen una relación a su medida y a la medida de nosotras, incapaces de ver que las negociaciones que se están dando colocan en una posición de pérdida a la parte que nunca tuvo el privilegio de la masculinidad, abundan y los solemos encontrar disfrazados de pasión, amor loco e irracionalidad que conmueven las pocas herramientas que forjamos las mujeres para sobrevivir y las cautivan.

Y en ese intermedio, en esas negociaciones, nosotras perdemos tanto:

“Cuando amamos nos dejamos arrancar algunas páginas. En ocasiones, nuestro cuaderno queda muy delgado y frágil. El papel se rompe. Nos arrancan nuestras hojas más oscuras o las más luminosas, pero nosotras también ayudamos. Admito que me arranqué muchas hojas porque pensé que si me mutilaba podía ser merecedora de su amor”.

Vivimos mutiladas detrás de una falsa idea de amor que no compensa ni una sola de nuestras pérdidas, ni una sola de nuestras lágrimas. Aprender a superar ese proceso es costoso, porque lo que hará la sociedad es decirnos, por un lado, que hemos fracasado, que todo el tiempo invertido en una ilusión es una especie de bancarrota nuestra, y por el otro, que nosotras somos las culpables, que somos igual de violentas y que nos lo merecemos. Sobre nosotras no hay compasión. Incluso también nos dirá que fracasamos en cambiar a un hombre y devolverlo al lado del bien, porque esa es nuestra tarea histórica: hacer que los hombres cambien, y si no lo logramos, es un fracaso nuestro, uno más. Para nosotras todo es pesado, para ellos todo es relativo, hasta sus violencias son leves, justificables, parte de la vida, algo que tenemos que soportar.

“¿Mueren miles de mujeres al año porque el hombres es más fuerte, porque tiene más masa corporal, porque la biología estuvo de su lado en la repartición de vigor físico? Claro que no. ¿Morimos por kamikazes, porque nos gusta vivir peligrosamente, hacer y decir cosas provocadoras que hacen mella en la seguridad del otro hasta volverlos locos y fuera de control? Claro que no. Mueren las mujeres porque se han atrevido a moverse unos milímetros o varios metros o kilómetros de ese lugar donde las relegó el machismo…”

Me gustaría que mi hija y todas las niñas pudieran leer este libro, sus reflexiones sobre la violencia que vivió, cómo continuamente tenemos que validar nuestra existencia para sentirnos plenas y cómo el feminismo llegó a nuestras vidas para no tener que validar ya nada nunca más y solo seguir construyendo el sueño de la libertad, esa que nos arrebatan desde pequeñas.

Me gustaría que millones de adolescentes pudieran entender esta parte con la que cierra un texto hermoso, intenso, prolijo, descarnado, en donde expone su alma y nos expone a todas:

“Si alguien te rompe la nariz a causa de los celos, es violencia machista. Si alguien te pega porque reivindicas tu estatus de mujer libre, es violencia machista. Si alguien manipula el discurso para hacerte creer que también es violento que digas o cuentes ciertas cosas que no le gustan o le hacen sentir un imbécil, es maltrato psicológico y machista. Si responde a ello con más maltrato es machista. Si el maltrato es físico y absolutamente desproporcionado estamos hablando de violencia machista. Si el discurso es que las mujeres provocamos la violencia y por eso acabamos en el hospital, ese es un discurso machista”.

Como le dije a Gabriela cuando me comentó sobre esta entrevista imposible, en un mundo entero que juega contra nosotras, nuestro juego no puede ser ni de perdedoras ni de arrepentidas, una puede equivocarse, pero, al fin y al cabo, siempre tenemos que entender que esta es una lucha por la libertad, y en ese camino, rompemos nuestras propias cadenas.

Ni perdedoras, ni arrepentidas, protectoras y amantes sí. Necesitamos amarnos y cuidarnos entre todas. El feminismo nos da las herramientas para lograrlo, y el libro de Gabriela se suma a esta herencia como un arma más para que vivan las mujeres. 


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