Vivir a la defensiva
¿Cuál es tu principal preocupación cuando sales de tu casa?, probablemente la mayoría responda: ser asaltado. Cuando me hice esa pregunta, efectivamente esa fue mi respuesta, pero cuando analicé de una manera más profunda mis miedos concluí que hay mucho más problemas que enfrento que ya dejaron de asustarme y no, no necesariamente es algo bueno. No me asustan porque asumí que es algo que debo tolerar que me pase.
Recuerdo que mi mamá me repetía desde pequeña que no debía dejar que nadie me toque, pero pasó y no pude hacer nada para evitarlo. Recuerdo haber escuchado atenta sus historias de cuando la tocaron en un micro, o un hombre que pasaba en una moto. Recuerdo haber sentido las intenciones maliciosas de ese hombre que se puso atrás mío en el stand de un mercado, recuerdo haberme quedado callada, me recuerdo como una niña. Recuerdo a mi hermano en un concierto atrás mío, intentando protegerme ambos sabíamos de qué. Recuerdo todos esos momentos, y estoy segura que he olvidado muchos más. ¿Cómo es que continuamos sin inmutarnos frente a estos problemas?, ¿cuándo decidimos simplemente someternos a esta realidad?
Creo firmemente que podemos ofrecerle una realidad distinta a nuestras hijas pero para ello, necesitamos no solamente del empoderamiento de las mujeres sino también de la empatía de los hombres. Seguimos permitiendo que los niños crezcan en ambientes en donde la violencia está permitida para su género.
Pero esto no es un pensamiento que sea heredado genéticamente de hombre a hombre, es un comportamiento aprendido y avalado por nosotros mismos.
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Necesitamos hacer de conocimiento público que vivir así no está bien, que nosotras no merecemos eso. Ninguna de nosotras. Ni las niñas, ni las adolescentes, ni las coquetas, ni las putas, ni las machonas, ni las conservadoras. Pero, repito, para ello necesitamos de la atención de todos: hombres y mujeres. Hagamos que las próximas generaciones sean más conscientes de estos problemas, y sigan trabajando para cambiarlos.