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Vamos a marchar porque seguimos vivos

Y para que vivan todos esos niños gays, niñas lesbianas, niños y niñas trans, bisexuales e intersexuales que están en camino y que pronto se sumarán a esta lucha, su lucha.

VERO FERRARI

Publicado: 2015-07-01

Hace unos 8 años, yo era un ser tímido y lleno de miedo, lo había sido por largo tiempo mientras mi ser lesbiano dormía, hasta que un día irrumpió despertando de su sopor y nunca más se detuvo. Recuerdo el momento y siento como si me hubiera trasladado a otra dimensión. No fue fácil, cambiar radicalmente de vida nunca es fácil, te arriesgas a perder muchas cosas, a dejar atrás muchas otras. Es posible que pierdas “amigos” y que pierdas “familia” y que tengas que enfrentar en soledad un sinnúmero de obstáculos. Pero todas las cosas que una gana después compensan una vida de silencio, de vergüenza. Gané orgullo, gané visibilidad y gané dignidad. Las únicas formas, quizás, en las que cualquier ser humano puede sentirse satisfecho de sí mismo. La relación con mi familia cambió, nunca más fue esperar a que “me acepten”, era yo la que intentaba constantemente replantearme qué vínculos eran beneficiosos para mí y cuáles no, y alejarme de aquello que no era bueno para mi vida. Sé que ellxs, en algún momento, hubieran preferido que yo sea hetero, que tenga una vida “normal”, la misma que tuve por mucho tiempo, y eso me hizo comprender algo que llevo grabado en mí, que me permite mantenerme alerta y que define mi cercanía hacia las familias alternativas, esas que creamos nosotros mismos con la gente que nos ama y que amamos: si tu familia te quiere solo cuando eres hetero, es porque nunca te ha querido. Ese amor no es sincero y solo es funcional a su propio sistema de creencias. El amor no puede poner esas condiciones sobre la vida de nadie.

Salir del clóset no es fácil aunque para mucha gente sí les haya podido resultar fácil. Salir del clóset ahora no es lo mismo que hace 50, 30 o 10 años atrás. Antes de las redes sociales y la globalización de la información. Recuerdo que un amigo ya de más de 50 años me contaba que para encontrarse con otra persona gay iba a los teléfonos públicos cargado de rines (esas monedas que se usaban antes para hablar por teléfono y que muchos no deben saber qué carajos es) y llamaba hasta que le tocara alguien gay y quedaban en encontrarse. Antes, el amor era más invisible, se daba en lugares más oscuros, la gente tenía más miedo, y se enfrentaban a peores cosas. Peores en el sentido de que no contaban con ningún apoyo moral, apoyo con el que nosotrxs ahora sí contamos, aquí en el Perú y en todo el mundo. Antes el amor se enfrentaba con más soledad.

Yo salí del clóset varias veces. Con mi hija primero, quien lo entendió de la forma más hermosa posible, alegrándose porque ella también podría casarse en algún momento con la persona que quisiera, que en ese momento era su mejor amiga pero que ahora ya ni recuerda. Con mi madre, quien me dijo que podía hacer con mi vida lo que quisiera, y si ya daba información sobre aborto con misoprostol, pues ser lesbiana era algo que se veía venir, y que ella ya lo sabía y que fin, y que le presente a mi “amiga”. Con mi hermana, que me vio en un reportaje y me dijo que se sentía orgullosa de mí pero que no dejara mis volantes por ahí porque las niñas los podían ver. En mi primer trabajo, cuando vino un día mi novia a buscarme para almorzar juntas, y una de mis compañeras me dijo: ¿es tu amiga? Y yo avergonzada le dije: sí, es mi amiga. Y no pude comer tranquila ni trabajar ni dormir bien ese día, atormentada por haber mentido, por haberla negado, por haberme negado a mí misma. Así que al día siguiente, cuando ella vino a buscarme de nuevo, le dije a todos: me voy a comer con mi novia. Algunos se sorprendieron, otros me sonrieron, pero ya me trataban diferente, con más consideración, casi diría con admiración, y me preguntaban de todos los temas posibles, como si de pronto hubiera aumentado mi inteligencia. Y así, en cada trabajo que tuve, lo dije desde el primer día sin esperar a que me pregunten, porque me di cuenta de lo necesario que era que todos supieran que ahí había una lesbiana que no se avergonzaba y que no se avergonzaría jamás de lo que era. Y porque tal vez había ahí más lesbianas, gays y bisexuales que estaban atemorizados, que se sentían avergonzados, y que no eran felices. Y sí había, y ver a una lesbiana abiertamente feliz y orgullosa a ellxs también les cambiaba la vida.

Hay dos recuerdos que no saco de mi mente en todo este tiempo y que soy incapaz de articular porque me pongo a llorar si los cuento. Dos sepelios. El primero de una amiga que iba a mis talleres de literatura en el MHOL con su novia. De pronto dejaron de ir y la novia me mandó un mensaje. Mi amiga había fallecido y le estaban realizando su velorio. Fui y todo el tiempo estuve afuera en la calle con la novia. Entré un rato a saludar, a ver por última vez a mi amiga, y luego seguí en la calle al lado de la novia, y yo lloraba sin parar mientras ella me consolaba, cuando lo correcto era hacer lo contrario, ser yo el soporte mientras ella dejaba que el mundo se le viniera encima porque tenía aunque sea a una persona a su lado que entendía su situación. Pero era yo la que me deshacía en lágrimas, y era ella la que me consolaba. Y yo lloraba por la pérdida, pero más por lo injusto de que la novia estuviera afuera, llorándola en silencio y sola, mientras gente desconocida y familiares que no la aceptaron nunca estaban ahí cerca del cadáver sintiéndose con más legitimidad que la persona que la amó hasta el último de sus días. Y lloré desde que llegué hasta el momento en que la enterraron y todos hablaban frente al ataúd menos la novia que seguía conmigo, las dos apartadas a unos metros. Y ella fuerte a mi lado, y yo deshecha, mientras le negaban la posibilidad de decir cuánto la había amado, cuán honda era su pérdida en ese momento, cuántas cosas vivieron juntas y todos los sueños que no se materializaron. El segundo el sepelio de un amigo activista del MHOL. La misma historia, el novio afuera llorando con nosotros, el cadáver adentro, con familiares y amigos que nunca aceptaron su identidad, su relación, su vida. Ahí yo ya no lloraba, ya era más fuerte, ya la indignación había construido una coraza sobre mis sentimientos, ya la rabia no explotaba sino que se esparcía por todo mi cuerpo alimentándome. Ya no era pensar con la sensibilidad a flor de piel sino con toda la racionalidad del mundo para empezar a empujar todos los cambios que necesitamos.

Creo que en estos años, la visibilidad ha sido los que nos ha llevado a tener lo que tenemos ahora, gente que es capaz de enfrentar sus temores y salir a las calles a exigir sus derechos con las caras descubiertas, miles de personas exigiendo vidas dignas de ser vividas, miles de personas más que no son LGTBI pero que darían su vida por nosotrxs, para que nosotrxs seamos felices, familias que cambian, nuevas familias construidas por nosotrxs mismos, redes de apoyo, nuevos activismos, nuevas esperanzas. Si hoy es un día especial es porque hubo un trabajo de hormiga desde hace más de 30 años que contagió a otra gente a empezar a luchar y dedicar su vida a ello, mientras en el camino caían muchas hermanas y hermanos ante la desidia del Estado. Si hoy es un día de lucha es porque aún no tenemos todo lo que queremos y porque siempre vamos a querer más, porque no nos conformamos con esta democracia de mentira. Si hoy es un día de fiesta, es porque nuestras vidas son el testimonio de que es posible seguir vivos y resistiendo, porque sabemos que lo que más les jode es nuestra felicidad y porque nuestra mejor venganza será el Orgullo.

Vamos a marchar porque seguimos vivos y para que vivan todos esos niños gays, niñas lesbianas, niños y niñas trans, bisexuales e intersexuales que están en camino y que pronto se sumarán a esta lucha, su lucha.


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