Castañeda, yo soy tu padre
En Lima no hay milagros.
“El poder estabilizador del sistema (neoliberal) ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador. Ya no es tan visible como en el régimen disciplinario. No hay un oponente, un enemigo que oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. El neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de sí mismo. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se convierte en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y se avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad.”
Durante los últimos meses hemos sido testigos del despliegue continuo y parejo de manotazos, imágenes bizarras y manejos truculentos que desde hace ya varias décadas caracterizan las elecciones municipales y presidenciales en el Perú. La pugna por el poder ha devenido en un festín en donde los personajes más inverosímiles de nuestro ámbito político se vuelven capaces de las más avezadas proezas y contorsiones para defender la tajada que reclaman del enorme pastel llamado Perú, con P de Plata. La complicidad de los medios de comunicación con los grupos poder y la capacidad de hacer de la vista gorda de la ONPE parece haber llegado a los niveles más subterráneos, mostrándonos abierta y descaradamente que la transparencia y la honestidad nada tienen que ver con nuestro particular manera de hacer política.
Para el caso de Lima, la maquinaria ultraconservadora de Solidaridad Nacional recurrió a lo que no solo es su principal arma, sino también aquello que consolidaron de manera magnífica durante sus 4 años previos de gestión: la pendejada limeña. Maniobras truculentas y mensajes recalentados fueron el plato fuerte de su campaña, presumiendo su demostrada capacidad para hacer pasar sus intereses particulares por generales, por un sentir popular. Del otro, aquellos que representaron y/o apoyaron a Diálogo Vecinal, emprendieron la jornada revestidos de una capa de inteligencia y superioridad ética visible solo para sus propios ojos, intentando llevar el partido apelando a la modestia y la bondad limeña, hinchados de entusiasmo e ingenuidad. Entonces, surge la pregunta, ¿Cómo somos y a qué aspiramos los limeños? ¿Valoramos la modestia y la honestidad, o la criollada y la viveza? ¿Un poco de todo, quizás? ¿Respondimos a estas preguntas el domingo pasado?
Es decir, no solo los símbolos a la alcaldía y los discursos de falsa moral se han vuelto más retorcidos, sino que, al parecer, también ha ocurrido cierta deformación en nuestra manera de entender cómo los limeños hemos construido nuestra ciudadanía. ¿Es un error, entonces, recurrir a valores como la honestidad y la modestia en una ciudad donde la viveza criolla es una máximo de aspiración? ¿Queremos realmente los limeños un cambio? ¿Es posible aspirar a un cambio sin cambiar nosotros mismos? Quizás, antes de recurrir a la honestidad, sea preciso dirigir los esfuerzos a construir una ciudad con gente honesta, y aunque 4 años sea poco para tal noble labor, en realidad han sido escasos los esfuerzos de Villarán para cambiar el ideal limeño de ciudadanía más allá de su -cuestionable- propio ejemplo.
Susana puso en marcha cambios estructurales en una ciudad acostumbrada al continuismo y la metida de mano. En la cultura de la combi, de EsSalud y del “roba pero hace obras”, nada tienen que hacer el orden y la formalidad. “Que robe que haga obras” no es sinónimo de estupidez ni conformismo, es una muestra de tolerancia con la criminalidad, aún cuando el delito recae sobre uno. Y no porque nos guste que nos roben, sino porque, de alguna manera, nos hemos familiarizado con el robo, la cutra y la coima. Porque convivimos con la delincuencia, y si la aceptamos en nuestras casas, ¿por qué no en el gobierno?
Incluso el progreso puede verse como un ataque si no explicamos primero por qué es deseable o necesario el progreso en una ciudad en donde la regla, es que no hay reglas. Prueba de ello son los resultados del domingo pasado: Susana no solo no ganó, fue arrastrada al tercer lugar. ¿Y por quién? Por un señor respaldado por uno de los partidos más corruptos de nuestra historia, y con el mismo modus operandi del máximo representante de dicho partido. Eso le gusta a la limonta, que la paseen, que le hablen bonito y le muevan el pañuelo. Esto es lo que se logra cuando se fuerzan los cambios a nivel legal pero no a nivel de conciencias: nada; porque después entrará otro patán que se aferre a esas conciencias que se dejaron estáticas, y volverá a retroceder todo a como era antes, o peor.
Lima no es la ciudad gótica que muchxs de los activistas y ciudadanos que votaron por Diálogo Vecinal desean tanto ver: el problema no es que estemos regidos por delincuentes, sino que, bajo el régimen de la delincuencia, hemos aprendido a (sobre)vivir como pequeños delincuentes. Desde el señor que le enseña a su hija a tirar la botella vacía por la ventana del micro hasta el policía que abusa de su poder, todos contribuimos en mayor o menor medida a alimentar ese gran monstruo salvaje y despiadado llamado la capital, que resulta particularmente horrible para nuestros compatriotas que llegan de afuera, y para todo aquel que haya tenido la suerte de salir al interior del país.
Con esto no pretendo ser fatalista ni mucho menos justificar el accionar de las mafias políticas que ya están acostumbradas a ver a Lima y al Perú como su propiedad y su negocio. Todo lo contrario. La propuesta es que (re)dirijamos nuestros esfuerzos hacia otros ejes, quizá más relevantes. Si seguimos metiendo los cambios de porrazo, dejando a un lado aspectos básicos de ciudadanía y empoderamiento social, no habrá diferencia alguna entre los 4 años que viviremos desde ahora y lo que pueda venir después. Tan inútil y desgastante como pasear al Señor de los Milagros un mes al año esperando que las cosas caigan del cielo por obra y gracia del espíritu santo, es seguir encomendando nuestro futuro a la figura de un sujeto elegido porque habla bonito o porque le aprietan la entrepierna, y en ambos casos lo hacemos sin pruebas ni garantías de ningún tipo.
Lima puede cambiar, pero antes necesitamos hablar del cambio, y entender que ningún poder que no surja desde las bases sociales será capaz de iniciar una verdadera transformación, empezando por la manera cómo nos entendemos los unos a los otros y a nosotros mismos como ciudadanos. Castañeda es hoy el reflejo más gráfico de lo que nos hemos convertido, de lo que somos, y eso no lo va a cambiar ningún magister en demagogia ni monigote que se postule rapeando, porque eso es seguir recurriendo a la estupidez y la mediocridad para ocupar un cargo. Las cosas ya están dadas, los que quieren que todo siga igual, van a seguir haciendo las cosas igual: seguirán postulando y votando como siempre lo han hecho, porque les funciona y porque no conocen otra manera de hacer las cosas. Quienes quieran un cambio, no lo van a lograr apelando a valores que no existen en el país o la ciudad, ni imponiendo sus puntos de vista como aquellos a quienes pretender combatir. La verdadera transformación social llegará cuando cambiemos nuestra manera de entender y ejercer el poder ciudadano, empezando por erradicar de nuestras vidas las formas de violencia más cotidianas, como el machismo, el racismo y la homofobia; y desplazando el poder desde afuera hacia dentro, llevándolo ahí donde nunca ha estado y nunca han querido que esté: en nosotros mismos.