¿¿Obras para quién??
Lo que nos promete Castañeda para la alcaldía, además de seguir robando.
"El fetichismo del número funciona en diversos registros y con distintos propósitos y es uno de los procedimientos veridictivos más utilizados en política y también en los medios, en la medida en que naturaliza un efecto estrictamente textual de amplificación numérica, central a la representatividad"
Bien sabido es que al señor Castañeda Lossio no podría importarle menos la situación de las minorías en esta ciudad. Que su rollo es construir más by passes y rutas para que las mafias del transporte sigan jugando con nuestras vidas a lo “Nascar”, sin atreverse a insinuar ni remotamente alguna reforma que les recorte el poder que ostentan. Todo ello mientras sigue atiborrándose de dinero para financiar sus futuras campañas hediondas y auspiciar las causas conservadoras que defiende con sangre (ajena). Es más que evidente que, para él, en Lima todo está genial, y todo debe quedarse eternamente tal y como está. Ha demostrado, durante dos alcaldías, que le resultan encantadoras todas las formas de violencia que desplegamos cotidianamente en esta ciudad -que considera suya-, primero porque nunca ha movido un dedo para frenarlas, y segundo, porque son esas cuestiones estructurales las que producen el tipo de personas que continuarán votando por parásitos corruptos en el futuro, como él comprenderá.
Luego de haber perdido estrepitosamente la carrera por la presidencia, vuelve conformándose –de momento- con la cálida capital que ya conoce, para recuperarse después de haber pasado años sin ocupar un cargo político (algo que para él debe ser mortal). Angurriento, picón y ávido de poder como él solo, intentó frenar las reformas graduales que se sucedían en Lima (y que él jamás se atrevió ni se atreverá a hacer) maquinando un vergonzoso intento de revocatoria desde las sombras, deviniendo en la destitución de su propio hijo como regidor. Las mencionadas reformas exponían sus años como alcalde como lo que fueron: una apología a la corrupción y al continuismo mediocre. Algo intolerable para quien está habituado a hacer de esta ciudad lo que se le viene en gana. Pese a ajustar la derrota, dejó sembrado el terreno fértil sobre el cual despliega hoy todo su conservadurismo a diestra y -sobre todo- siniestra, acompañado de la horda de corruptos más legendaria que haya conocido nuestra historia.
Quizás, una de las estrategias más nefastas del neoliberalismo sea la de hacer pasar los intereses de unos particulares como generales. Y quizás Castañeda sea la forma de vida más accidentada y conchuda que haya intentado hacerlo. En general, lo que se espera es la ejecución de una gama articulada de dispositivos de poder subliminales –hasta cierto punto-, que instauren en el imaginario social certezas respecto a qué deben o no esperar los ciudadanos de la vida en sociedad, modelando sus formas de ser tanto sujetos como actores sociales. Pero con Castañeda, la cosa es diferente. Él prefiere, como en su cancha, ser grotesca y descaradamente manipulador, tratando de meternos sus propias convicciones a patadas.
Ya en su fracasada revocatoria nos demostró su infinita torpeza para intentar pasar su nociva voluntad como manifestación popular, desplegando por toda Lima un remunerado e incansable batallón de “señoras que” (armadas con cajas de fideos y galletas de soda), dispuestas a recolectar fraudulentamente sus tan ansiadas firmas. Y al no conseguirlo, por si fuera poco, creó una fábrica de firmas falsas. Ello sin mencionar su estrecha relación con Marco Turbio y el pastor José Linares, dos criaturas de las que ya se ha dicho todo.
Pero, ¿qué era lo que pretendía evitar? ¿Qué pudo tenerlo tan desesperado como para arriesgar sin asco el cargo de propio hijo con tal de ver cumplido su capricho? No hay mucho qué pensar. La fraudulenta maquinaria de la revocatoria, con todos sus esbirros implicados, empezó a moverse desde que la actual alcaldesa empezó a investigar el escándalo de Comunicore, el excesivo presupuesto invertido en la construcción e implementación del Metropolitano y, en general, todas las cuentas de la gestión municipal pasada. ¿Es coherente confiarle, por tercera vez, la gerencia de la capital a alguien de esa calaña?
Y cuando creíamos que Luchito podría haber aprendido algo de tan lamentable carrera política, logra superarse a sí mismo y vuelve con una campaña que no hace más que producir escalofríos. “Obras para las mayoría”, proclama. Pero, ¿qué entiende –y nos quiere hacer entender- por “mayorías” el señor Luis Castañeda? Luego de una gestión municipal que, con menor éxito de lo prometido, ha tenido miras en la inclusión social, Castañeda parece prometer desde su eslogan remar en el sentido contrario. Uno pensaría en la democracia como un sistema en el que todas las voces son escuchadas, tienen el mismo valor y son tratadas con el mismo respeto. Pero no para Luchito. Para él, la democracia significa que una supuesta y confusa “mayoría” (que él pretende representar) aplasta y expectora al resto de “minorías”, que no tienen otra que vivir resignados en la marginalidad por falta de quórum. Uno entendería que un país que se hace llamar democrático invertiría sus esfuerzos en lograr la equidad de derechos, la igualdad de oportunidades y el respeto mutuo entre sus ciudadanos. Pero no para Luchito. Para él, es claro que existen personas que valen más que otras; voces que son más legítimas que otras (como la suya, por ejemplo); y ciudadanos que son más ciudadanos que otros. Uno esperaría que en un contexto global que demanda el reconocimiento de los derechos humanos y la dignidad de las poblaciones históricamente violentadas, el Perú, siendo el país multicultural que es, sea el primero en caminar por esa línea y dar el ejemplo. Pero no para Luchito. Para él, en el Perú no existe la discriminación –y menos en Lima-, lo que existe es la voluntad de sus “mayorías”, que lo tienen a él como paladín. Poco importas si eres mujer, afrodescendiente, indígena, lesbiana, transexual, marica, joven, anciano o discapacitado. Tú no eres esa mayoría que él pretende presentar, así que te aguantas.
En el cerebro de Luis Castañeda, es indigerible la idea de diversidad, y como él no la entiende, no quiere que nadie la entienda. Le es muy difícil concebir que la ciudad que intenta gobernar no es una ciudad de mayorías, sino una ciudad repleta de distintos saberes y voces, voces que él se ha negado y se seguirá negando a escuchar. No puede entender que lo único que todos compartimos en Lima, es que todos somos diferentes. Le representa demasiado esfuerzo abrir sus ojos y ver a los inmigrantes homosexuales que viven en esta ciudad, a las lesbianas afrodescendientes, a los niños que viven con alguna discapacidad o a las mujeres que son madres solteras. No llega a hacer la sinapsis necesaria para ver a Lima como lo que es: una ciudad donde infinitos cuerpos con múltiples formas, lenguajes, colores, afectos y saberes de todo el país convergen para intentar hacerse un mejor futuro, creando a su vez un potencial enorme de transformación social. Pareciera que, en su escasa imaginación, en Lima existe una raza pura, limpia y uniformada que, casualmente, comparten su limitada visión de la vida.
Esa es su tan sagrada mayoría, una que vive solo en su imaginación, y quiere meter en las nuestras a como dé lugar. Pero Luchito se equivoca si cree que Lima sigue siendo la misma que comandó hace 4 años. Se equivoca si cree que todos sus ciudadanos seguimos siendo igual de incautos y vamos a dejarlo ubicarse campante en nuestro municipio. Mientras las evidencias de su inutilidad y corrupción se han seguido acumulando por toneladas, Lima ha ido cambiando, y con ella su gente. Si en su gestión “hacer obras” significó levantar concreto atorando el tránsito durante meses, ya no más. Ahora sabemos que hacer obras también significa cambiar las reglas de la ciudad; hacer reformas y buscar cambios estructurales; combatir el machismo, el racismo y la homofobia; ponerle un alto a la violencia a la que estábamos habituados; aprender a escuchar y escucharnos entre nosotros; hacer públicas las inversiones y decisiones tomadas durante nuestra gestión; y sobre todo crear conciencia de ciudadanía y construir, juntos, un mejor futuro. Y sabemos que esas son cosas que Luis Castañeda jamás hará. Sabemos que con él solo nos espera el continuismo y la mediocridad. Que su obsoleto modelo de “mayoría sobre minorías” no le sirve a nadie más que a él mismo y a su horda. Lo sabemos bien, y también sabemos qué hacer en estas elecciones a los corruptos de siempre: Dejarles en claro que Lima no es su propiedad ni su negocio.