#ElPerúQueQueremos

Sí, tengo miedo

Homosexuales decentes, marchas impotentes, homofobia estatal y tú.

“Los gays de aquí y de todo el país, los jóvenes que están saliendo del closet y escuchan a la derecha religiosa por los medios, lo que necesitan es esperanza. Ustedes tienen que darles esperanza. Esperanza de un mundo mejor, un mañana mejor, un lugar adonde ir sn las presiones en casa se hacen insoportables. No sólo para los gays sino también para los negros, los latinos, los viejos, los lisiados... Si ustedes ayudan a elegir más gays, les estarán mandando una clara señal a los que se sienten afuera, una señal de que es posible avanzar. Si un gay puede, las puertas están abiertas para todos.”

Harvey Milk

Publicado: 2014-06-25

El fragmento citado es parte del, quizás, discurso más importante que diera Harvey Milk meses después de su elección como regidor de San Francisco en el año de 1977, conocido como “Hope”. Al poco tiempo de dar este discurso, fue asesinado por Dan White, otro supervisor dimitido, cristiano fundamentalista y consecuentemente homofóbico. White fue declarado culpable de homicidio sin premeditación e inocente de los asesinatos, manifestando ante la corte que había comido unas hamburguesas en mal estado antes de cometer el crimen, lo que interfirió con su buen juicio y lo impulsó ineludiblemente a asesinar al alcalde George Moscone y al supervisor Harvey Milk (lo que luego se conociera como “defensa twinkie”). Y fue solo gracias a la enorme presión de millares de ciudadanos de San Francisco y a las severas tensiones existentes, que White no fue declarado absolutamente inocente y pasó unos míseros 5 años en prisión, no sin largos trámites y más luchas de por medio.  

Milk decidió dar la cara a todo su país y buscó incansablemente ocupar un cargo político en su distrito para buscar para él y millones de ciudadanos algo con lo que probablemente tú, amigo heterosexual, cuentas de por vida solo por hecho de tener como objeto de deseo a un cuerpo de distinto sexo: una vida digna. Osadía que le costó la vida diez meses después de lograr el cargo por el que luchó durante cinco años.

Y este sábado 28 de Junio se conmemoran los 45 años de uno de los eventos que marcara no solo la vida de Milk, sino la de millones de personas al rededor del mundo: los disturbios de Stonewall; donde un grupo de travestis y maricas le hiciera frente a una redada policial que buscaba extirparlas del bar donde se encontraban, lanzando a las calles a quienes escaparan y encerrando a las que pudieran ser capturadas. Pero en esa ocasión las tracas y mariconas se cansaron de correr y esconderse, y decidieron darle una respuesta diferente a esa horda de policías que, en lugar de atrapar delincuentes y proteger a la ciudad, se distraían de cuando en cuando golpeando y capturando maricones. En esa particular ocasión, decidieron resistir, combatirlos y defender su derecho a coexistir libremente. Un año después y hasta hoy (y espero que por el resto de nuestra historia), se conmemora en todo el mundo esa fecha con la “marcha del orgullo”, como un acto de reivindicación de nuestras vidas, un llamado a la lucha colectiva por la dignidad y un recordatorio a quienes han muerto y siguen mueriendo por la violencia de un mundo que sigue consumiéndose por el odio.

45 años después, en el mismo continente, existe un país agusanado por todos los tipos de discriminación que han existido en la historia; caracterizado por el hambre, la enfermedad y la ignorancia como si se trataran de estandartes; en donde la vida tiene un alto precio y la palabra “derechos” junto a “humanos” son sinónimo de terrorismo; en donde la historia es lo primero que se pierde; que le da todas las facilidades a la iglesia católica para prosperar y difundir sus discursos de odio a costa de miles de vidas humanas; un país que se jacta de tener un gobierno que respeta la diversidad y busca desesperadamente la “inclusión”, pero que no le tiembla ni un poco la mano para sentenciar a sus ciudadanos a vivir en condiciones infrahumanas.

Ese país, que pareciera estar suspendido en el tiempo y haberse estancado en la época de la colonia, se llama Perú. Es tu país y también el mío, y sin embargo nuestras situaciones y oportunidades son muy diferentes. Mientras que para ti, amigo heterosexual cisgénero, este es un país lleno de maravillas donde encontrar un trabajo, estudiar, enamorarte o simplemente salir a la calle a dar un paseo suelen ser cuestiones tan básicas que ni siquiera has pensando en ellas como los privilegios que son; para mí y otras maricas, mujeres, travestis, machonas, afrodescendientes, discapacitados, ancianos, indígenas y otros tantos peruanos, este país es un eterno campo de batalla, donde libramos diariamente las más salvajes y perversas luchas por la autonomía, la libertad, la dignidad, el amor y el poder del que se nos ha despojado de nuestros cuerpos por el simple hecho de ser quienes somos. Por el simple hecho de estar vivos.

Así, nos encontramos (sobre)viviendo cada día en un país que busca expectorarnos de cada plan, ley o derecho existente o en planeación como si fuéramos una flema o un apéndice enfermo: parte de un mismo organismo pero al mismo tiempo inútiles, contaminantes, indeseables y hasta repugnantes. Tal es el odio con el que lidiamos diariamente que al final nos la terminamos creyendo, y vamos por la vida convencidos de que sí pues, hay que tener cuidado de no quemarnos, cuidado de esa foto que pueden subir al Facebook, con ese neonato indiscutiblemente heterosexual cuyo cerebro se retorcerá sin lugar a dudas si acaso ve a dos hombres dándose un beso, con la tía que no entiende de estas modernidades, con el serenazgo que cuida el parque, con el profesor que me puede jalar del curso, con el enfermero que me impedirá donar sangre. Cuidado en la casa, en la calle, en las redes, en el cuarto, en el telo, en el baño, en el mundo, en nuestros cerebros y entre las piernas. Y debajo de ese cuidado, se esconde el más profundo y parasitario miedo, y no existe un solo rincón de nuestras vidas donde no se haya instalado cegando nuestros ojos, silenciando nuestras voces, atando nuestros cuerpos y carcomiendo nuestras vidas.

Estos dispositivos de poder se han desplegado a su antojo y le han brindando a la homofobia un lugar sagrado y predilecto en la cotidianidad peruana; naturalizándola, justificándola y blindándola con el amparo de la sacrosanta iglesia y la constitución política de Fujimori. Es por ello que a diferencia del resto de países del continente, y pese a contar con la organización TLGB más antigua de Latinoamérica, es poco o nada lo que se ha logrado a nuestro favor. En lugar de contar con agrupaciones articuladas que trabajen en función de objetivos y expectativas comunes, tenemos más bien contragrupaciones, que se dedican que atacarse y boicotearse mutuamente, dinamitando sus potencialidades y mutilando la capacidad colectiva del movimiento. Absorbidas por las infértiles dinámicas oenegecieras, luchan entre ellas año tras año por el tan anhelado boleto dorado a la fábrica del financiamiento, a cambio del módico precio de ajustarse a los objetivos e intereses de aquella entidad milagrosa que otorga algo así como un buen sueldo. De esa manera, la voz y la acción quedan censuradas, sin poder decir, hacer ni pensar en contra del todopoderoso proveedor. Ser “políticos” se convierte así en una actitud roñosa, exagerada, burda e indeseable en medio de gente juiciosa, estratégica y decente que negocian nuestros derechos como si se tratase de un kilo de molleja.

Y este sábado, como cada año, la marcha, nuestra marcha, en lugar de canalizar toda la rabia e indignación que debería llenarnos y dirigir nuestro accionar, servirá nuevamente para hacer explícita y tangible la homofobia que hemos asimilado e interiorizado, la dominación que admitimos y abrazamos con agradecimiento de aquella maquinaria monstruosa llamada estado. Nuevamente las redes se llenarán de comentarios invocando a la decencia, el pudor y el recato, contrastando su avidez de moralidad con efusivas quejas de “no representación”. Porque claro, ya que estas mamacitas tienen mucha vergüenza para caminar a nuestro lado, nosotras, las vulgares, feas y huachafas, debemos dejar de ser quiénes somos y parecernos más ellos que nos observan desde la comodidad de sus sillones. ¿Para qué representarnos a nosotros mismos cuando podemos encarnar sus ideales hegemónicos de orden y buena conducta? ¿Para qué gritar exigiendo derechos si todo está bien y podemos complacer a los homofóbicos que nos mantienen viviendo en la marginalidad?

Las tasas de suicidio y de depresión de las que se jactan estos carteles para justificar sus atropellos, tienen todo que ver con la existencia de los mismos, y sin embargo vemos a la policía protegiéndolos, sumándose a sus reclamos, y formando así una sola masa unida contra los derechos humanos de los ciudadanos que también deberían defender.

Digamos que, si la homofobia fuera el calentamiento global, nuestra marcha del orgullo sería algo así como “la hora del planeta”. Un intento amigable y bonachón que –supuestamente- busca transformar conciencias y cambiar vidas pero que, al final, contra el terrible y gigantesco monstruo cotidiano que pretenden combatir, terminan siendo placebos inútiles e impotentes, que distraen a la gente de dirigir sus esfuerzos hacia acciones verdaderamente concretas y con un potencial auténtico para combatir lo que pretenden combatir. Nos llena de una falsa y absurda sensación de heroísmo y suficiencia, que termina por complacer y beneficiar al enemigo. La libertad y confianza con la que salimos cada 28 de junio, deberíamos tenerla todos los días del año. Si no buscamos para nosotros, como mínimo, la misma libertad que tienen los heterosexuales para hablar de sus relaciones y expresar sus placeres, ¿De qué clase de activismo estamos hablando? ¿Qué clase de igualdad es esa que busca una unión civil sin estar de acuerdo con que nos besemos en las calles?

Sí pues, tengo miedo. Tengo miedo de que sigamos haciendo siempre lo mismo, cuando es más que evidente que no da resultados. Tengo miedo de que siga sin haber una respuesta a la pregunta ¿Cuánta gente más tiene que morir? Tengo miedo de que las estadísticas de crímenes de odio sigan aumentando. Tengo miedo de prender mi computadora mañana y encontrar más exigencias de falsa moralidad. Tengo miedo de ver otras elecciones sin candidatos con rostros en los que nos sintamos reflejados. Tengo miedo de que mi amiga trans siga creyendo que no va a vivir más de 35 años, porque ese es el promedio de vida de su población. Tengo miedo de que más adolescentes sigan encontrando en la muerte una alternativa válida para escapar del dolor. Tengo miedo de que sigamos creyendo que una unión civil segregante es lo máximo a lo que podemos aspirar como movimiento. Tengo miedo de no encontrar la mitad de la gente que fue a la marcha por la igualdad este sábado. Tengo miedo de que las cabras sigamos creyendo que techito es el Milk peruano. Tengo miedo de levantarme un día y sentirme tan harto de todo que termine haciendo nada, como muchos. Tengo miedo de que está ciudad siga creciendo sin salidas para nadie.

Tengo miedo, y está bien tener miedo, porque miedo es lo mínimo que puede producir tanta violencia. Malo sería verlo todo bien, tan malo como dejar que el miedo nos consuma. Y gracias a que tengo miedo, puedo decir que tengo coraje. Tengo tanto miedo a que todo siga igual mañana, que me es imposible quedarme sentado mirando al odio pasar campante. Tengo tanto miedo de ver morir a los míos, que quiero seguir trabajando para crear un país donde nadie tenga que morir por amar de una manera o de otra. Tengo tanto miedo de la homofobia que pienso combatirla con los míos y mostrarle a todos los homofóbicos que tenemos lo necesario para vencer ese miedo, convertirlo en coraje y luchar hasta el último esfuerzo para transformar este país, para hacerlo nuestro. No queremos los mismos derechos, queremos más, merecemos más. La lucha es nuestra felicidad, nuestros vínculos son nuestra fuerza y otro país es nuestra promesa.


Escrito por

Gonzalo Meneses

Psicólogo Social, marxista rosado, marica escandalosa, cholo, feminista, ateo, abortista, gamer, geek y otaku. Twitter: @Cazador_Diurno.


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