#ElPerúQueQueremos

¿Ser hombre en Perú significa ser imbécil?

"Estoy agotada de enfrentarme a un lumpen de sujetos incapaces de cuestionar sus privilegios y plantearse nuevas formas de vivir su masculinidad".

Milagros Olivera Noriega

@nousocolet

Publicado: 2014-05-18

Antes de salir de casa, escojo con paciencia mi ropa. No, no es vanidad, es miedo. Elijo, principalmente, aquellas prendas que no me traerán problemas al momento de caminar por la calle. Ya me acostumbré. Es así, me consuelo. No siempre funciona, pero por lo menos una casaca enorme camufla mis senos de las miradas y comentarios incómodos que los hombres lanzan con particular destreza. Es como el fútbol. Lo aprenden desde pequeños y con el tiempo o lo dejan o lo practican en grupo, aunque no tienen problemas de patear solos los penales.  

Como les decía, ya me acostumbré. Cuando empecé a trasladarme sola en micro tenía 14 años y procuraba no viajar en short, sino en buzo. Ya había sentido manos ajenas tocarme y no sabía si era casualidad o si en verdad me estaban tocando. Al comienzo es así. No concibes que el señor tan parecido a tu abuelo sea capaz de tocarte. Tampoco piensas que el muchacho que podría ser tu hermano sobe su miembro contra tu hombro. Luego te das cuenta que es así. Que ellos deciden y que tú te callas y en silencio buscas soluciones. Las mías son; usar pantalones, usar casacas anchas y armar un círculo de protección con mis manos cada que camino en muchedumbre.

Pero a veces no te controlas y simplemente vives, surges, respiras. Te olvidas de que eres mujer y que te debes controlar. Entonces tienes sexo sin protección. Metes la pata, te embarazas y luego abortas. Así como los hombres decidían sobre qué hacer y qué no con tu cuerpo, es ahora el Estado quien te permite o te niega la libertad de elegir. Si, es el mismo Estado que limita la educación sexual y permite la sobreexposición mediática de la mujer como objeto. Es así, me consuelo. El Estado es hombre y yo soy mujer, ¿por qué habría de considerarme?

Luego sigues con tu vida. Lima es un lugar muy cómodo para la transgresión. Es, además, un espacio ameno para vivir tu sexualidad, más no para amar. Amar es un peligro si el lugar en el que vives se rige bajo un estado religioso, heteronormativo, patriarcal y violentista. Los hombres crecen pensando que les perteneces. Que tienen derecho a tocarte, a mirarte, a aborrecerte, a comentar de lo que tienes y de lo que te falta. Entonces el amor romántico completa el círculo de dominación y nos esclaviza, porque no entendemos que amor no es dominación y que el que te ama no te manipula ni te amarra a sus traumas. Y las mujeres resisten porque creen lo que años la experiencia y los medios se comunicación nos han enseñado; que verdaderamente les pertenecemos. 

Ellos se sienten libres de opinar abiertamente acerca de nosotras. Nos conozcan o no. Sea el hombre que sea. Es curioso, porque en la escala de supresión, las mujeres nos encontramos muy por debajo de las personas consideradas inferiores bajo los estándares económicos y culturales de un sistema neoliberal. Incluso por debajo de los pobres, de los mendigos, de los hombres cuyo rostro ha sido desfigurado por la desgracia, estamos nosotras. Todas. Desde la campesina ayacuchana hasta la heredera de los Brescia.

Esta realidad se manifiesta de distintas maneras. La primera, que es una violencia verbal, tiene una carga simbólica fuerte que encuentra su auge en la calle. Tú eres mía. Yo te puedo decir lo que se me da la gana. Qué ricas tus tetas, pues, chibola. Que rica estás, mamacita. Y si no te gusta, vístete distinto y no jodas. Encima que te silbo, fea de mierda.

La segunda se manifiesta a través de las relaciones interpersonales. Yo rijo la dirección de esta relación. Yo te elegí. Tú eres mía. He ahí todos los rituales previos al matrimonio, como la pedida de mano. No te olvides nunca de eso, yo te elegí. Y deberías estar agradecida. Así que, a la primera, puedo prescindir de ti. A mi carro también lo elegí y no por eso lo tendré de por vida, ¿cierto? Hay nuevos modelos, así que ten cuidado.

Un hombre peruano promedio siempre va a revestirnos bajo los estándares de lo que ellos consideran que debemos ser.

Ayer salí con una amiga a la que no veía hace mucho. La quiero como he querido a pocas personas. Es buena, tiene la mente abierta y, principalmente, confía en mí y yo en ella. Conversábamos, amenas. Recuerdo que quería decirle algo, entonces grité, como para llamar su atención. Le dije: “Oye, huevonaaaa”, así, con varias a’s al final. No fue a propósito, fue completamente espontáneo. Así hablo, así habla ella, así hablan, también, las que han crecido con nosotras. Nunca he juzgado a alguien por cómo habla, sino por lo que dice. Jamás me atrevería a juzgar a mis familiares que son de Huancayo y tienen un evidente mote. Jamás. No es una opción. Simplemente no lo haría. Luego escuché que alguien repetía, con evidente burla, lo que acababa de decir. Era un hombre. Me molesté. Me cansé de callarme la boca, de hacerme la indiferente.

Sí, me molesté. Me indigna vivir en un país donde los hombres crean que tienen potestad sobre nosotras. Me afecta tener que batallar diariamente contra la avalancha de reprimidos que soban su pene contra mi jamás virgen hombro. Me contraria no poder vestirme como quiera. Y me jode, profundamente, que los hombres crean que nosotras somos estatuas que sirven para abrir las piernas y luego ser criticadas. Que por qué hablas así, que estás muy flaca, que estás muy gorda, que pareces una puta con esa ropa, que no hagas esto, que mejor compórtate así o asá, que des de lactar, que seas buena madre, que me hagas caso, carajo, que soy yo el que pone la plata en esta casa. Estoy agotada de enfrentarme a un lumpen de sujetos incapaces de cuestionar sus privilegios y plantearse nuevas formas de vivir su masculinidad. Ser hombre no debería ser sinónimo de imbécil o represor. Ser hombre debería ser sinónimo de humano.

Hasta entonces, este poema escrito por Sor Juana Inés de la Cruz en el siglo XVII, parecerá haber sido compuesto ayer.

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que sois la ocasión

de lo mismo que culpáis.

Si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien

si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia

y luego con gravedad

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo

de vuestro parecer loco

al niño que pone el coco

y luego le tiene miedo.

Queréis con presunción necia

hallar a la que buscáis,

para pretendida, Tais,

y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro

que el que, falto de consejo,

él mismo empaña el espejo

y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén

tenéis condición igual,

quejándoos, si os tratan mal,

burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,

pues la que más se recata,

si no os admite, es ingrata,

y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis

que con desigual nivel

a una culpáis por cruel

y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada

la que vuestro amor pretende,

si la que es ingrata ofende

y la que es fácil enfada?

Mas entre el enfado y pena

que vuestro gusto refiere,

bien haya la que no os quiere

y queja enhorabuena.

Dan vuestras amantes penas

a sus libertades alas

y después de hacerlas malas

las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido

en una pasión errada:

la que cae de rogada

o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga

o el que paga por pecar?

¿Pues para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis

o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar

y después con más razón

acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo

que lidia vuestra arrogancia,

pues en promesa e instancia

juntáis diablo, carne y mundo.


Escrito por

Milagros Olivera Noriega

Feminista. Este es un diario abierto. @nousocolet


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