#ElPerúQueQueremos

La Navidad siempre viene con bromato

Alienación, hipocresía, tradición, patriarcado, gratificaciones y panetón donofrio.

He estado buscando un salvador entre estas calles sucias, bajo estas sábanas sucias. He estado levantando las manos, clavándome uno y otro clavo. Tengo culpa suficiente como para iniciar mi propia religión.

Tori Amos

Publicado: 2013-12-22

¿Qué hace a mi vieja levantarse a las 7 de la mañana para hervir chocolate caliente y servirlo humeando en el desayuno, cuando hace tanto calor afuera que prácticamente puede freírse un huevo en el piso? ¿Qué hace que adornemos nuestras casas y calles con botas de invierno y hombres de nieve en una ciudad donde a lo mucho nos caen escasas lloviznas? ¿Qué hace que se nos dé por representar con figurillas de personas blancas el nacimiento de un hombre nacido en Israel hace más de 2 mil años, donde todos tenían un tono de piel moreno por el calor árido de la zona? (sí, Jesús era nécuti, y probablemente gay, pero eso lo dejaré para otro artículo). 

¿Será acaso la tradición? Pero eso a lo que llamamos tradición no es más que la ilusión de encontrar en antiguos hábitos de carácter colonial un sentido de vida propio, validando su existencia y las formas de relaciones obsoletas que sostienen en el proceso. Es una negación masoquista del carácter volátil y diverso de la vida, desechando las nuevas propuestas culturales o aplastando las que ya existen en otros territorios por ser diferentes. Y precisamente en eso se basa la tradición, en la sobrevaloración de unas costumbres y formas de vincularse entre sujetos que perpetúan un status quo, hegemónico, jerárquico y por lo tanto opresor, en detrimento de lo diferente, sin importar la forma cómo se nos presente esta diferencia. Mantener una tradición es entonces un acto de autosometimiento, un boicoteo a nuestras propias vidas y la castración de infinitas posibilidades humanas. Tradición es, en efecto, dominación. La procesión del señor de los milagros, las corridas de toros, los rituales matrimoniales y los quinceañeros son otros ejemplos de ello, pero los dejaré también para otro momento.

Pero lo cierto es que, con decir que nuestra aprehensión de la navidad se debe a una tradición, no estamos explicando nada realmente. La tradición no explica nuestros hábitos navideños, es un hecho hablando sobre otro hecho, pero nada más. Lo que pretendo aquí es explicar tentativa y brevemente dos cosas: por un lado, la causa de que adoptemos esta tradición en particular tal y como lo hacemos; y por el otro, señalar lo que ello implica para nuestras vidas, al menos en un par de cuestiones.

sincretismos navideños

Primero, recordemos -o sepamos- que no es necesario ser blanco, heterosexual y de clase alta para legitimar la opresión patriarcal y neoliberal: basta con desear serlo. Y en tal aspecto, podemos afirmar que el Perú es prácticamente una inmensa maquinaria productora de ese tipo sádico de deseo, ese que nos enseña que somos sujetos no feos, sino horribles, sosos, amorfos y en el peor de los casos, inexistentes. No me refiero sólo al físico, al margen de los mensajes motivadores del canal 7 y la proxenetista Marca Perú, en realidad se nos enseña que somos cultural y perfomativamente insoportables. Como algunos animales en el zoológico, somos útiles y admirables como seres exóticos, de costumbres graciosas, formas coloridas y buena gastronomía, pero hasta ahí nomás. Nuestros cuerpos, nuestra historia, nuestras lenguas y creaciones no son encarnables más allá de los límites escénicos del turismo y del interés etnográfico. Con lo de afuera pasa lo contrario. Lo de afuera, como lo gringo, no es exótico ni materia de investigación para nosotros, sino que es meta. Es a lo que se aspira, el éxito, lo bonito y deseable no para un viaje, sino para incorporar a nuestras maneras, para el cuerpo, para la piel, para el idioma, para el sexo y para la vida.

Y aquí estamos. O mejor dicho, aquí seguimos. Entonces, creo yo, no es la tradición la que nos mantiene en diciembre desayunando como en julio, es el deseo de ser ese otro que se nos presenta como muy superior. Como señala Zizek: “No hay nada espontáneo ni natural en el deseo humano. Nuestros deseos son artificiales, se nos debe ‘enseñar’ a desear”. Se nos enseña, pues, no a valorar mejor lo de afuera, sino a desear ser lo de afuera. A aspirarlo, soñarlo, encarnarlo, defenderlo, legitimarlo y vivirlo con la terquedad y frustración quien ha interiorizado la inferioridad. La navidad se convierte en el recordatorio máximo de la alienación, enajenación y explotación inmanentes al capitalismo, y su discurso de globalización es el lubricante perfecto para que nos viole an(u)almente con su bombardeo de dominación simbólica.

¿Y qué implica la “navidad peruana” en nuestras vidas? Miremos a nuestro alrededor y veamos quiénes somos. Para explotarnos a su gusto, la economía neoliberal dispone de una larga serie de estrategias distractoras para que les entreguemos la vida entera sin percatarnos jamás de ello. Un mes de vacaciones al año, almuerzos de aniversario, feriados, paseítos a algún club campestre, tu panetón o canasta navideña en el mejor de los casos, y por supuesto, la tan ansiada gratificación (sólo si eres uno de los pocos trabajadores en planilla). Sí, ésa que todxs esperamos con ansias sólo para verla diluirse una o dos semanas después. Igual, muchos pensarán que la empresa es lo máximo por regalarnos un sueldo entero dos veces por año, pero no querido, tu empresa sigue siendo la misma cagada de siempre. Si tu sueldo orbita los 750 soles de la canasta mínima vital (o sea, sólo lo suficiente para que no mueras y te pagues los pasajes ida y vuelta a la chamba), si te siguieran pagando lo mismo en diciembre navidad carecería de sentido, porque navidad no es, como te han hecho creer, el nacimiento del salvador: navidad es regalos, compras, gastos, y para ello necesitas más dinero del que recibes habitualmente, quizás el doble. Pero bien sabes que esa plata no va para ti, va para otras empresas en las que gastarás esa plata, y la que otra empresa da a sus empleados irá en parte para la tuya. Es decir que es plata que le regresa, porque es plata para el consumo. ¿Te acuerdas cómo en esas películas bíblicas del canal 4, Jesús botaba con rabia a todos los que comerciaban frente a la iglesia? Ya, imagina eso pero a escala global, sin ningún Jesús que pitee por nada.

Eso es y ha sido siempre la navidad, una creación capitalista para exacerbar el consumo so pretexto del nacimiento del más grande amigo imaginario de todos los tiempos. Pero a ellos les importa un carajo Jesús, lo que importa es que devuelvas esa grati que te dieron, y que en realidad podrían depositarte cada mes sin que signifique gran cosa para sus bolsillos. Pero no pues, no seamos locos, eso sería atentar contra la propiedad privada, y como Jesusito no nace cada mes, ahí sí que se joderían porque no hay motivos para gastar compulsivamente. Mejor así nomás, dos veces al año, para que te compres ropa en año nuevo y regalos para tu familia, y tu salida en fiestas patrias. La navidad es entonces absolutamente funcional al capital, como casi todo en esta vida.

¿Y qué de la infértil polución de solidaridad y altruismo que invade a las organizaciones en diciembre? Sí, ése sentimiento de ayuda al prójimo que estuvo dormido por 11 meses y que despierta ahora para ayudar a los niños de diversas áreas pobres de la ciudad porque, pues, qué pena que no tengan ropa ni comida en navidad. Cretinos, ¿y el resto del año no tienen hambre ni frío? Ah no pues, pero es que en navidad da más pena, porque todos se compran ropa y comen pavo, además ha nacido el niño dios y qué va a decir. Es la misma vaina de cada invierno: niños mueren de frío en Puno y sólo una vez notificadas las muertes, nos preocupamos y donamos ropa y comida para que la suban. Sabemos bien que el siguiente año será igual, pero a nadie le importa un carajo, y esperamos que llegue el invierno para que emerja nuestra retorcida solidaridad post-crisis. Lo cierto es que, si en verdad nos importara un poco la vida de esos niños, nos organizaríamos y tomaríamos las acciones necesarias para que ninguno tenga que pasar hambre o vivir en la miseria en ninguna época del año, porque en el Perú existen las condiciones que lo permitirían, pero la desidia del estado y nuestra salvaje hipocresía impiden su realización. Y es que, como tenemos navidad para consolarnos una vez por año y sentir que hemos anotado otro crédito para nuestro pase al paraíso, entonces ya no hay necesidad de hacer nada realmente significativo por ellos. Basta con su chocolatada y regalarles sus juguetes sexistas una vez al año, y diosito contento. La navidad es de los niños, pero sólo la navidad, el resto del año ju nows.

¿La propuesta? Simple. Jonei, la navidad es parte de nuestra vida, pretender vivir fuera de ella es también una imposibilidad cultural. Sigue disfrutando de estas fechas, yo lo hago, pero sin perder el horizonte. Como ateo me es irrelevante eñ día inventado del nacimiento de Jesús, pero eso no me impide disfrutar de compartir una cena en familia, de comprarle un libro a mi hermano o un juguete a mi prima (que jamás sería una barbie o una muñeca que se mea, por mucho que me lo pida), ni de gozar del tiempo libre para estar con quienes quiero. Pero ésas son en realidad cosas que disfruto en cualquier época del año, y espero que llegue el día en que nos unamos más seguido y por motivos más nobles, de formas más honestas y creativas que se vayan transformando con el pasar del tiempo y de las generaciones, celebrando cosas que realmente valgan la pena celebrar, como que ya no necesitemos de una navidad para estar juntos o para notar la existencia del otro



Escrito por

Gonzalo Meneses

Psicólogo Social, marxista rosado, marica escandalosa, cholo, feminista, ateo, abortista, gamer, geek y otaku. Twitter: @Cazador_Diurno.


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