El deber de salir del clóset
Un artículo de Regina Limo
La madrugada es el único sitio, donde quiero quedarme, La madrugada es el único lugar, donde no hay nadie, La madrugada es el único lugar, y ahora hay que levantarse. Mama está impaciente, mama está impaciente, a su hijo no le gustan las mujeres.
Muchos niños viven con miedo a lo que salga del armario. Otros muchos viven con miedo a salir del armario. La diferencia es que a los primeros los abrazan los padres y los segundos temen que sus padres los dejen de abrazar.
Hoy leí en Twitter que mucha gente se preguntaba por qué tenía que ser un deber salir del clóset, por qué el activismo pregonaba aquello. Que quien no quería salir que no saliese. Yo, es obvio, pienso lo contrario. Creo que es un deber ético hacerlo.
Sucede que es el Día Mundial de la Lucha Contra la Homofobia. Se celebra porque, en 1990, precisamente el 17 de mayo, la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. Lo que corresponde, entonces, es combatir la homofobia, y no la homosexualidad.
Desde mediados del siglo pasado, el activismo LGBT declara que una de las formas de combatir la homofobia es salir del clóset. ¿A qué le llamamos clóset? Al acto de ocultar tu orientación sexual ya sea por miedo, búsqueda de aceptación, conveniencia, etc.
¿Por qué debemos salir del clóset? Se supone que la sexualidad pertenece a una esfera privada de la vida de la persona, que no es algo que deba competerle a la gente. “Yo no voy por la calle anunciando que me gustan las mujeres/los hombres”, me han dicho muchas personas heterosexuales. Es cierto. No es necesario hacerlo. La sociedad supone que eres heterosexual, espera que lo sea, te ordena que lo seas. El anuncio de chela retrata a sus usuarios varones abrazados de lindas chicas. El anuncio de champú muestra a la chica orgullosa de su melena recibiendo a su novio. No existe ningún problema con ello. El problema es con nosotros, los que no somos heterosexuales. ¿Cómo encajamos en esa norma?
Hay un supuesto chiste (?) neonazi que dice así: “¿Cuál es la diferencia entre un negro y un gay? Que el negro no tiene que decirle a su madre que es negro.”
Hay que salir del clóset por dos grandes motivos. El primero es el bienestar de la persona. No es sano en absoluto ocultar una parte significativa de tu vida. Lo dice cualquier psicólogo. El sexo y el afecto, si bien pertenecen a la esfera privada, generan manifestaciones públicas a las cuales tenemos derecho (solo baste decir que, históricamente, toda sociedad las ha tolerado o fomentado en mayor o menor medida). Entre los heterosexuales existe gente muy extrovertida o gente muy reservada, pero todos ellos tarde o temprano deben tocar el tema de su orientación sexual. Esto no quiere decir necesariamente que vayas a contarle a todo el mundo en qué posición tienes sexo con tu pareja (o parejas), pero de todos modos ese asunto sale a colación y es inevitable tocar el tema, ya sea con el médico, con los parientes, en el trabajo y un nutrido etcétera. Piensen en las reuniones familiares. ¿Cuántas veces nos preguntan por nuestra vida de pareja?
Joe Kort, sexólogo y psicoterapeuta, en 10 consejos básicos para el hombre gay (Editorial Egalés, 2005 – libro que debo devolverle a mi amigo Alejandro) brinda un ejemplo de esto: un maestro o un conferencista heterosexual puede mencionar tranquilamente su relación matrimonial en una clase o seminario, puede incluir a su cónyuge en un ejemplo, y esto no se consideraría alarde de su vida sexual. ¡Es normal! Sabemos o intuimos que tiene derecho a ello. Si consideramos que la orientación sexual no hace mejor o peor a una persona, y que nos corresponden los mismos derechos, entonces también tenemos el derecho de asumir ese aspecto de nuestras vidas. Siempre es más saludable y cómodo asumir la verdad, sobre todo si no es un delito, sobre todo si se trata de una parte importante de tu vida.
Cito de nuevo a Kort: “[..]ser gay no es algo relacionado exclusivamente con la sexualidad. Aun en el caso de que sean célibes, gays y lesbianas siguen siendo lo que son. Cuando un hombre decide salir del armario debe ser consciente de que con ese acto no admite solo lo que hace con su sexualidad, sino que se trata de una afirmación de quién es sentimental, espiritual, emocional y psicológicamente.”
No poder asumir tu sexualidad, ocultar quien eres, vivir una doble vida genera un gasto de energía inimaginable. Miedo al chantaje, a que te rechacen, a que te echen del trabajo, a que todo tu mundo se derrumbe. Tiene que ser una vida espantosa. Hay diversos “niveles” de clóset, desde quienes, habiéndole contado a todos sus amigos y círculo social, no pueden asumirlo delante de sus familiares más cercanos, hasta el típico caso del pastor o político homofóbico y casado que milita en contra de los derechos LGBT y a quien, tarde o temprano, se le descubre un amante o que es caserito de los fletes. Pero todos tienen una actitud en común. Joe Kort la llama ‘destructivo consumo de energía’ y este puede generar crisis de pánico, depresión, abuso de sustancias, etc. No estamos obligados a pasar ese sufrimiento por causa de nuestra orientación sexual.
La segunda razón para salir del clóset es contribuir a nuestra propia visibilidad. La visibilidad combate la homofobia. Las razones de la homofobia son variadas. Para empezar, no se trata realmente de una fobia, es algo más parecido al racismo, la xenofobia o la misoginia. Pero términos aparte, un homofóbico tiene ene razones para serlo. Todas ellas son culturales. Nadie nace odiando. Mucha gente se siente cómoda en el clóset porque no tiene que enfrentarse a ese mundo que es hostil con nosotros. El caso es que, si seguimos ocultándonos, si dejamos que la mayoría de homófobos piensen que somos comeniños, pervertidos, monstruos, y etcétera, ese mundo hostil va a seguir siéndolo. Porque una de las razones de la homofobia es el desconocimiento, la ignorancia, y esta puede llevar al asesinato (cada semana una persona es asesinada en Perú por el solo hecho de ser gay o trans, no se tienen cifras sobre las lesbianas). Y si la gente sigue ignorando una realidad tan cercana a sus vidas, nada va a mejorar. Últimamente observamos con alegría los grandes cambios en el mundo: en el último año Francia, Uruguay y Brasil han legalizado el matrimonio igualitario. Nos alegramos por ellos y esperamos, algunos en voz alta, otros secretamente, que lo mismo suceda en Perú, que tal vez algún día, que ya falta poco (aunque la avanzada conservadora en nuestro país es, lamentablemente, fuerte, con ayuda del mismo Estado).
Sin embargo, debemos observar también la historia de esos cambios. No cayeron del cielo como el maná. Hubo un proceso, y en ese proceso hubo dos protagonistas: el activismo, que siempre friega para que el Estado cumpla su función de Estado y proteja a todos sus ciudadanos por igual. El otro protagonista son el ciudadano y la ciudadana comunes. Esa gente que vivió su vida valientemente, enfrentando prejuicios en épocas muy conservadoras, jugándose la vida y el prestigio en ello (por ejemplo, la revuelta de Stonewall, busquen en Wikipedia). Pero esa gente hizo el camino. Acostumbró a los demás a su presencia. De a pocos, de pronto todos tenían un tendero gay, una amiga lesbiana, una vecina trans. Siendo visibles, también somos una fuerza poderosa que puede presionar social y políticamente.
Ayer conversaba con un amigo sobre las telenovelas brasileñas y notamos la enorme diferencia entre ese país y Perú. En los noventas ya había parejas homosexuales en sus dramas televisivos. Y los había porque ya mucho antes esa existencia había sido aceptada como algo normal por mucha gente. El mundo de la televisión es bastante conservador, para cuando las compañías de cine y televisión deciden asumir una opinión como propia es porque esta ya es parte de la cultura hegemónica. Entonces hay que crear cultura, entendiendo esta como un conjunto de manifestaciones humanas, las huellas de nuestra presencia. Cuando el protagonista gay de Corazón normal, drama de Larry Kramer, grita: “¡Soy parte de una cultura!”, lo que hace es reclamar el derecho a la existencia.
Salir del clóset es un proceso difícil en muchos casos, pero siempre es necesario. Claro que a nadie se le debe obligar a hacerlo, es contraproducente que un proceso identitario sea violento. No apoyo el outing, pero puedo hacerme de la vista gorda cuando esos aberrantes políticos, sacerdotes y pastores hipócritas, homófobos, antiderechos y de doble vida, son sacados a la fuerza (sí, un homosexual también puede ser homofóbico). Lamentablemente no todos pueden salir por depender económicamente de la familia o por temor a ser despedidos del trabajo. Pero quienes podamos hacerlo, debemos hacerlo, porque eso contribuirá a que las personas dejen de ser despedidas, maltratadas y humilladas por su orientación sexual. Quien esté en las condiciones de hacerlo tiene un deber ético para consigo mismo y los demás. No será fácil, pero la recompensa es la salud mental y contribuir a un mundo mejor para todos nosotros. No solo para los trans, las lesbianas, bisexuales y gais, sino para toda clase de diferencia que existe en esa rica complejidad que se llama raza humana.