No me imagino lo que es ser realmente diferente. Toda mi vida he pertenecido a una típica familia limeña de clase media, con un típico papá y una típica mamá que me inscribieron en un típico colegio católico. 

Fui diferente desde muchos puntos de vista (por mi nombre, por mi apellido, por mi extravagante forma de vestir) pero, a pesar de todo era igual. Es cierto que en algún momento de nuestras vidas todos queremos ir contra el sistema y nos volvemos punks/hipsters/hippies pero cuando ya estás a mitad de los 20’s y miras hacia atrás, esa rebeldía de adolescente te parece solo una pantomima.

Nunca fui diferente, nunca nadie me miro en la calle con desprecio, con curiosidad o con asco. Siempre fui parte de la mayoría dominante, era como los demás, sonaba como los demás, sentía como los demás, vivía como los demás, tenía los mismos propósitos de vida y utilizaba los mismos medios para cumplirlos. Hasta que me di cuenta que no todos tenían este privilegio.

Cuando eres pequeño todos te recomiendan que seas diferente y que encuentres la manera de distinguirte del montón, pero a medida que pasa el tiempo te das cuenta que ese es un discurso ambiguo, pues ser diferente no aplica a que vayas contra lo socialmente establecido como ‘bueno’. Desde pequeño te darás cuenta de que hay cosas que no puedes discutir, que en ciertas cuestiones se te restringe pensar. La sexualidad, la religión, y los roles de género son dogmas establecidos que no te atreverás a cuestionar porque es una falta de respeto a las personas mayores y si aun así tienes la osadía de tratar de argumentar en contra, te dirán (mirándote con desprecio), que cuando seas grande cambiarás de opinión.

Nuestra sociedad se encarga de callar aquellas voces que piensan diferente y que se atreven a desafiar lo que no entiende la mayoría. Nuestra sociedad se empeña en desaparecer a aquellos que son distintos y que no fingen ser iguales solo para encajar. “Si no quieres que te traten mal, no provoques”, eso te dicen, pero provocar es todo lo que debes hacer.

Bajo ese discurso moralista, conservador, patético y discriminador, se ha creado la campaña Parejas Reales que en su descripción dice defender a la familia ‘natural’ (hombre y mujer) y les parece correcto asolapar su odio en un discurso religioso que da pena.

El problema de las religiones son las personas, ya que interpretan el mensaje como mejor les parece y encima se creen con derecho a juzgarte bajos leyes divinas que tú no crees.

No se puede no ser homofóbico y decir que “Dios creo hombre y mujer”, no se puede no ser homofóbico y decir que “los homosexuales están enfermos”, no se puede no ser homofóbico y condenar lo que no es natural solo cuando te conviene (en el caso de las transfusiones de sangre, los marcapasos, los respiradores artificiales, la inseminación artificial, etc, no dicen nada).

Señores homofóbicos, tendrían mi atención si al menos aceptaran que son homofóbicos. Señores homofóbicos, me encantaría debatir con ustedes y desvirtuar cada uno de sus argumentos, pero sé que es una pérdida de tiempo. Este post no es para ustedes, es para los renegados, los diferentes.

Los que no se tragan los discursos religiosos solo porque están escritos en la Biblia, los que piensan que los derechos humanos trascienden a cualquier tipo de fervor, los que no se ven afectados por la discriminación pero igual la combaten. Los que han sido separados de una cena familiar y los han tildado de insensatos por su forma de pensar. A todos aquellos que no se quedan callados, aunque en sus primeras batallas no obtengan nada. Para ellos es este mensaje, en ellos comienza el cambio.